Bartleby es mi testigo

Creo que no hay nada mejor que empezar el año sabiendo exactamente lo que no vas a hacer. Asumir las imposibilidades, lo indecidible, me permite de alguna manera soltar el lastre de futuras frustraciones que, como todos sabemos, no se caracterizan precisamente por su don de gentes.
Jules Renard escribe en su Diario: «No serás nada. Comprendes a los mejores poetas, a los prosistas más profundos, pero aunque digan que comprender es igualar, serás tan comparable a ellos como un ínfimo enano puede compararse con gigantes. (…) Llora, grita, agárrate la cabeza con las dos manos, espera, desespera, reanuda la tarea, empuja la roca. No serás nada».
Sin llegar a la babosa pesadumbre de don Jules, admito y reconozco la imposibilidad de, al menos, mi escritura. Quiero empezar a formar parte de ese inventario de Bartlebys históricos, de aquellos autores que casi no escribieron o lo hicieron sólo una vez en la vida. Aunque con un matiz. No escribiré porque no quiera sino porque no puedo. ¿A que es otra clase de imposibilidad?
George Steiner tuvo la gracia y los cojones de escribir un libro sobre los libros que no escribió. Yo ni eso. Un mísero blog que mantengo sólo para mí; para acallar un poco la voz estertórea de una vocación olvidada. «En realidad, yo no quería hacer poesía, quería ser poema».
Aquí mismo, por tanto, enumero algunos núcleos de los que se hubiesen ramificado historias, cuentos, cantares. Por ejemplo, siempre me imaginé a Ptolomeo -con claridad de 3D- escribiendo esa misiva por la cual le pedía a todos los soberanos libres del mundo que le enviasen a Alejandría una copia de todo lo que en su reino se hubiese escrito. O a Santo Tomás investigando para dar vida a su De astrologiae. O el momento en que Guenòn decide dedicar su tiempo al esoterismo de Dante. Preguntas como ¿por qué Leonor de Aquitania se separa de Luis VII, se nos murió el amor, era más monje que rey, Enrique II estaba como un queso y reinaría sobre tierras bretonas? Quizás también un posible encuentro entre Cortázar y Marechal, después de que Julio dijo que Adán Buenosayres era la catedral de la literatura argentina. O el mate que acompañó las últimas líneas que Adolfo Saldías escribió en las cuartillas de Historia de la Confederación Argentina. Y si sigo, que Dios me agarre confesada.
Por supuesto, todo es y sigue siendo culpa de Vila-Matas, como siempre.
Foto: Escuela de Atenas. Rafael Sanzio. (Detalle de Hipatia)

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