No nos une el amor sino el espanto
Publicado: 10/01/2010 Archivado en: Sin categoría Deja un comentario
Intento también recordarme hace apenas tres años. Volver a pasar por el corazón de uno mismo no es moco de pavo. Terminás ensangrentado, lo juro. Este miedo me pincha como espinas de puntas redondeadas a lo Botero y, por eso mismo, mentirosas, embusteras. Las heridas que dejan parecen bonitas, como un filtro para tés exóticos, pero ahora, ahora mismo, no me dejan siquiera recordar.
Voy perdiendo mis acentos, mis palabras. No me sale veloz como debiera el léxico de la boca. El ansia de pertenecer, poniendo en marcha el engranaje del entendimiento mutuo, provoca el olvido paulatino de mis cosas. Hablar con mis palabras argentinas se me hace un búnker de resguardo para «ser más yo de lo que el mundo me deja ser».
No quiero olvidar, me niego a transliterar las voces de la pampa por palabras castizas, menos tintineantes. Más amables porque me dan la comprensión de los demás, pero menos mías. Voy a seguir con mi esfuerzo, y voy a tirar la pelota en la cancha del otro más veces. ¿Acaso mi esfuerzo no vale lo mismo? Mis señas de identidad esperan que las honre un poco más, lo sé. No quiero defraudarlas.
«La patria está donde está uno». Mentira. Lo que soy viene conmigo pero viene de un lugar específico. Y tiene que sobrevivir a donde lo lleven. Yo quiero darle un hogar para que sea, para que se mantenga vivo. Una de mis actuales luchas será esa: evitar lavar con detergente barato la pátina de lo que soy.
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