Los encubiertos
Publicado: 20/03/2010 Archivado en: pastiche Deja un comentarioLeía apaciblemente un cuento de la condesa Pardo Bazán. Siempre fue entrañable para mí, será porque papá comenzó a mencionármela minutos después de que la razón entrara en mi vida.
El argumento es muy simple y contundente. Va de callar las verdades que nos comprometen por el sólo hecho de decirlas. Y del miedo a la destrucción de un plan (Widmore) vital que se resquebraja por haber soltado la lengua escondiendo en una lata de galletitas lo políticamente correcto.
Y de cómo ese silencio salvífico se aprende a lo largo de la existencia, mientras nos convencemos de que lo más acertado es evitar los conflictos, las malas maneras, los puntos en las íes, en fin, la verdad.
Encubiertas se vuelven entonces las convicciones, las reflexiones que dan vida al molde del existir, las intuiciones que nos aseguran que era para arriba y no pa’l constado. La verdad se va enrollando sobre sí misma, como la oruga de Alicia, metiéndose su sabiduría por donde le quepa, guardando para sí los destellos de una vida más honesta.
Y muchos nos aplauden porque hemos logrado no pelearnos con nadie, porque no hemos dejado enemigos en el camino, porque reprimimos los golpes que más de uno se merecía sin pensarlo. (Ya lo dijo parassitas con mejores sintagmas).
La condesa me ha hecho ver que los conflictos enseñan, reafirman, destruyen. Que son tan vitales como las relaciones de poder y las previsiones de un camino lleno de amigos ficticios. Que son necesarios porque la verdad sea dicha.
Me niego a encubrir lo que me constituye en lo que soy. No todo debe ser dicho de manera absoluta, pero hay que hacer espacio para lo que importa.
«Al buen callar…» no tiene desperdicio. Mucho sea dicho con poco.