Las luchas ajenas
Publicado: 30/05/2010 Archivado en: pastiche 10 comentariosAquí estoy, dejándome llevar por los microscópicos brotes verdes que aparecen después de la sequía y el tumulto. Tumulto éste infinitamente poblado de acontecimientos devenidos en sí mismos, de lugares que han dejado de ser comunes, de palabras rotas y vueltas a pegar con el engrudo consistente de los recuerdos.
A las puertas de una calma ficticia y esporádica, se me ocurre destacar involuntariamente la emoción contenida y lejana que despierta el festejo del Bicentenario de la Semana de Mayo. Ríos de tinta ha parido la conmemoración, que quedarán vacilantes y desconectados en todos los formatos conocidos por el homo faber. No pretendo contribuir a dicho acopio; más bien me desmarco a lo Messi para escribir sobre las luchas ajenas y el poco respeto que les tenemos.
Imagino así un cuadro filial en medio de la muchedumbre agolpada en la Av. 9 de Julio, con un niño como protagonista, ojiplático ante el despliegue de Fuerza Bruta o el desfile de los Granaderos. E imagino a su padre intentando ordenar en su polvorienta memoria los elementos básicos de nuestra historia aprendidos en otra era, cuando los hilos de esa memoria parecían irrompibles como juncos.
Entonces introduzco un recuerdo robado, un fragmento de texto que el padre repite al niño con una seriedad bicentenaria y adulta: «En esa época, las personas se decían unas a otras ‘tenemos patria; somos dueños de la tierra en que hemos nacido’. En esa época, hijo, se decían cosas importantes».
Veo los ojos del niño turbados por una emoción que no identifica, que no alcanza a formar. Mientras escucha el estruendo del desfile y los gritos de la gente, algo le dice que esto también es una cosa importante.
Su padre le relata con autoridad lo poco que logró retener años ha. Le cuenta cómo esas luchas dejaron de ser ajenas y de unos pocos. Le cuenta algo de las invasiones inglesas, casi como un antecedente historiográfico que se le desliza por los hilos rotos de su memoria. Le cuenta.
Imagino que el niño oye a su padre con atención inaudita, porque le parece que todos le están oyendo. Porque le parece que Fuerza Bruta y los Granaderos se callan para que las palabras de su padre no se pierdan en el viento albiceleste.
Entonces, con sos ojos multiplicados y una voz un poquito quebrada, le suelta: «Papá, ¿por qué ya no luchamos juntos?». «Porque no sabemos cómo».
Y me digo ¡exacto!. Ya no sabemos. Pero podríamos recordarlo. No sólo cada 200 años lentos y tardíos. Sino también en cada día, a cada hora. ¿Exagerada yo? Un poco, puede ser, cómo no.
Pero la tensión de la exageración no invalida la idea. Podríamos respetar más las luchas ajenas, es decir, la existencia de los otros, porque esa es su lucha. Sus proyectos, sus anhelos explícitos o no, sus cuitas, sus travesuras y dramas. Sus cosas importantes y sus nimiedades. Podríamos estar ahí para el amigo. Podríamos cumplir las promesas, hacer los favores, escuchar, tomar un autobús o un tren. Marcar un número. Podríamos leer, mirar documentales, discutir. Compartir las ideas, confrontar, decir la verdad. Podríamos asumir, en el fondo, una responsabilidad que nos trascienda; es más, que no nos involucre en nuestra más absoluta individualidad.
En el obligado final, veo al padre y al hijo caminando hacia una calle perdida (Humboldt) de Buenos Aires, en un momento de esos que vuelven a unir los hilos rotos de la memoria.
Y lo único que me satisface es darme cuenta de que mi imaginación no tiene límites.
Como maga que soy, convierto a partir de hoy las luchas ajenas en anexas. Grassias.Melusamente.
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Que tu imaginación no tiene límites salta a la vista desde siempre. Y eso es genial.
Las luchas ajenas se me olvidan a menudo, por eso está bien que me lo recuerdes. Con esas palabras «albicelestes» y desde el fondo tuyo.
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Don Anónimo, me alegra recordarte cosas aunque convengamos que su memoria es mucho mejor que la mía, vamos, que usté es un Funes reprimido.
Gracias!
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GRANDE…GRANDE…GRANDE!!!
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Magda, grande vos con esas últimas entradas que me han encantado. Siga escribiendo mucho que hace bien leerla!!! Besos a ambos dos….. Brrrrrrrr!!!
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y claro, uno se da cuenta de que, como reza ese bendito lugar común, la única patria es la infancia.
enhorabuena por el nuevo blog, supongo que lo compró con los fondos del club (ejem)
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Y claro mima, usté me autorizó una partida para gastos varios, así que ya ve.
En cuanto a la infancia, sin dudas estamos de acuerdo. Por eso nos desarmamos intentando volver a ella, como Ulises.
La quiere,
la melusa
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me hace acordar a cuando iba con mi papá en colectivo por las calles del centro y nos ponía a prueba preguntándonos quienes eran los nombres de las calles. Quien es Rivadavia? que paso el 9 de julio, y el 15 de noviembre? Laprida, Sarmiento, Catulo Castillo, Belgrano, Rodríguez Peña, Paso, Roca, etc…
Recuerdo también que la gente nos miraba, «estos pendejitos ñoños que se saben la historia de los nombres de las calles!!». Ahora como 3 maestros y un informático «militarizado». todo pega.
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me olvidaba…ooooooooooooooooooooooo
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Los recuerdos son lo más bonito que te ha legado Alfredes… Así le salieron los retoños, menos mal y grassias a Dios! Todo pega y alimenta…jajajaja
Lo quieren,
la melusa
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