Equipaje alfabético en tercetos III

Dicen que no existen la casualidades y me convencieron. Me dijiste que hay que bailar al son de Cuba y tomar gintonics y tampoco lo dudé. Me abrazaste fuerte sin soltarme todos estos años, precisamente cuando el mundo giraba a mi alrededor vertiginosamente en un cuarto de la sierra madrileña. Miré tu lucha y tus ansias para que se me pegaran como una segunda piel. Me atreví con vos en medio de tu coraje para cambiar las vías con el tren en movimiento, y me llené de orgullo. Me regalaste el significado de aceptar y aceptarse, de seguir adelante separando las aguas que se han llenado de toxinas. Me guardo tu temperamento, tus gestos inconfundibles, esos padres maravillosos y un francés exquisito para las noches de fiesta. Sé que estarás ahí, con tu té y tu jazz, y yo aquí, con mi Françoise Hardy, atravesando distancias, toujours.

Me supo a poco todo, que lo sepas. Se me hizo corta tu mirada transparente y tus piernas interminables, los colores de tu bici y el sentido práctico y real del mundo que seguimos destruyendo. Del artista hay que observar la obra para ver su alma, dicen. Y así es, en tus fotos, en tus anhelos, en tus lágrimas está todo contenido. Caminando por la playa me llevaste al sector más bello de la soledad, avivaste la llama femenina que nunca debe apagarse, soplaste con el viento de la calma mis arrebatos y mi enojo con el mundo entero. Nos veo en ese último picnic, al sol del Manzanares, listas para dar y recibir lo que somos, listas para aferrarnos al impulso más de adentro, a la vida misma que fluye en tu cintura adornada de guirnaldas. Quiero verte así y que te quedes conmigo.

Recuerdo cuando me dijiste que mi vuelta te enfrentó a la realidad del cariño inmenso que se empezaba a configurar entre nosotros y que de pronto, recién estrenado, se las tenía que ver con una despedida. Recuerdo también de qué manera amarga se me anudó el pecho con tus palabras, porque era inevitable dejarse atrapar por la impotencia, por esos huecos vacíos horribles a la vista, precisamente cuando uno sabe que tiene con qué llenarlos. Me quedo con esto, entonces, como el consuelo de estar armando juntos una historia que se nos quedó de patas cortas. Cortas pero fuertes para esquivar los baches de Buenos Aires de tu mano, clara como el cielo y adulta como la fe. Agradezco, como te dije, esa cercanía que se abrió entre nosotros, como un misterio, desde el primer abrazo. Te espero en estas calles que amás tanto, vos esperáme en esas que también adoro.



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