Onírica
Publicado: 22/04/2015 Archivado en: microrelatos Deja un comentariopara Marie
soñé que estábamos al sol, rodeadas de caballos. uno de ellos tenía una guirnalda de flores unidas entre sí por un cordel naranja que, intuíamos, iba a ser muy fácil de cortar. cuando decidimos que era hora de irnos nos acercamos a su cuello y, en un movimiento seco, arrancamos la guirnalda que rápidamente te pusiste en la cabeza. nos reíamos poco pero fuerte.
no sé qué tomábamos; era algo caliente. me insistías con que me ibas a dar un libro de recetas añejo que tenías en tu casa para que lograra de una vez por todas abrazar el gusto por las berenjenas. no puede ser que ninguna de esas recetas te convenza, me decías, sos una tarada. te prometía que haría alguna si vos hacías mi budín de zanahorias y azúcar rubia para una tarde cualquiera de dibujos y amigas y almohadones. caminábamos.
me hablabas de tu cuerpo, de un cuerpo que era capaz de soportarlo casi todo, hasta las capelinas. te retorcías un poco al contarme el extrañamiento, el espejo que de repente se rompe y deja de funcionar, igual que un reloj. me mostrabas todos los libros -uno por día- y moviendo mucho las manos me decías cómo se te confundían un poco, tanto inglés y francés, tanta ilustración, tanta belleza. yo te hablaba de literatura, nerviosa, y de cómo leer es vivir y vivir es morir, siempre.
nos sentábamos en un banco que nos quedaba alto a las dos, nos colgaban las piernas y jugábamos. me mostrabas tu vestido y hablábamos de plata y de talleres clandestinos y de marcas y de cómo todo eso se relaciona de una manera ridícula con la poesía. sudabas ironías y construíamos jerarquías de sarcasmos que nos hacían reír. hablábamos mal de algunas gentes, coincidíamos en que a veces sufrir está muy bien, aunque -decíamos bajito- amar está mejor.
después de un rato largo, te llamaban y respondías que ya salías, que te esperen. te levantaste y te quedaste parada al lado mío todo el tiempo que te llevó decirme que duerma más, que dormir es abandonarse y que eso es confiar; que me deje de joder y publique algo de una vez, que pase de todo y diga lo que tenga para decir, que les sacuda el culo a los machos-editores y me haga cargo; que no existe eso que llaman lo correcto, que sólo existe la experiencia; que pase a buscar el libro de recetas.
te miré irte. estabas cansada y flaca pero el vestido te ondeaba de atrás con un aire casi voluptuoso, como de cámara lenta. sabía que te esperaban porque tus ojos siempre dijeron lo mucho que te han querido; a las personas amadas se les trasluce el sustento del afecto, se les notan las arrugas del cariño, se les ven las plumas. sabía que no iba a volver a verte pero no era importante. te diste vuelta, me saludaste y, en ese instante, te incardinaste toda la dignidad terrenal, finita y sin mayúsculas que pueda caber en una mujer. ya no te miré más.
me levanté del banco-hamaca y empecé a caminar manteniendo el ritmo continuado del vaivén que me dejaste. recordé entonces que habías metido en mi bolso la guirnalda de flores porque yo tengo mis pelucas, dijiste, llevatela vos. la agarré y fui arrancando una a una las flores hasta que quedó sólo la naranja. las guirnaldas no tienen sentido cuando se acaba la fiesta, se vuelven extrañas, ominosas. sin embargo, esa única flor se me hacía protectora, como las monedas fúnebres que los antiguos ponían en los ojos; me la quedaba para mí, un poco orgullosa.
lo último que recuerdo es que en la esquina de casa compraba cuatro berenjenas. las más grandes, las más brillantes.
yo, que quería ser Lovecraft
Publicado: 14/08/2014 Archivado en: microrelatos Deja un comentario‘los hombres de más amplia mentalidad saben que no hay una distinción clara entre lo real y lo irreal; que todas las cosas parecen lo que parecen sólo en virtud de los delicados instrumentos psíquicos y mentales de cada individuo, merced a los cuales llegamos a conocerlos; pero el prosaico materialismo de la mayoría condena como locura los destellos de clarividencia que traspasan el velo común del claro empirismo’.
supongo que cuando Lovecraft escribió esto lo hizo llevado por una suerte de hartazgo monumental de ese ‘prosaico materialismo de la mayoría’ que, claro está, siempre pertenece a una mayoría circundante, propia, recortada. donde quizás otros perciban una aguda hermenéutica de su parte, yo percibo una bronca visceral, una puteada enmudecida por las formas de la palabra que violentan la violencia misma en un giro de paradoja sanguínea. la ‘amplia mentalidad’ de la que habla Howard es posiblemente lo que hoy llamaríamos alternativo, políticamente incorrecto, hasta cínico. cuando dice que ‘el pensamiento humano […] es quizá el espectáculo más divertido y más desalentador del globo terráqueo’ está desvelando para nosotros -los que venimos después, los que siempre estamos viniendo- un campo de batalla emocional en permanente contradicción, y en perfecta consonancia con nuestro tiempo; una especie de sucucho de libertad para la neurosis. su gestión del horror cósmico lo llevó a una cornisa casi trascendentalista desde la cual pudo otear todo aquello que no es humano precisamente porque parece profundamente humano. y allí, apalancado por el viento de los bordes, dijo que ‘el mundo es cómico, pero la broma es para la humanidad’. hay en la risa, incluso en las comisuras que se arrugan previamente, un refugio para la maldad, un escondite para esos venenos que se van diluyendo en el torrente sanguíneo de la normalización y la sociabilidad. el mal externo del que nos habla sólo puede -luego de infundir terror, angustia y consciencia de muerte- provocar risa. una risa nerviosa, neurótica, ridícula que contiene esa dosis de veneno salvífico que pugna por salir y diseminarse. porque así es como se sobrevive a la existencia. cuando Michel Houellebecq dice que al leer sus textos siente que ‘no sabía que la literatura podía hacer eso. y, además, todavía no estoy seguro de que pueda. hay algo en Lovecraft que no es del todo literario’ está identificando esa indecibilidad del misterio, esa inefabilidad de la violencia y del mal que es la puteada más grande y orgánica que pueda existir.
yo quiero putear como vos, Howard. yo quiero… pero, como tantas otras cosas, no me sale…
Abril es el mes más cruel…
Publicado: 12/04/2014 Archivado en: microrelatos Deja un comentario…mentira. tremenda e insidiosa mentira. lo que ocurre es que allá, del otro lado del espejo, es primavera. y yo puedo entender que la primavera sea cruel pero, ¿sabés qué pasa, Eliot? que el otoño sencillamente no puede serlo. vos decís que Abril mezcla memoria y deseo, que el invierno nos mantiene abrigados y que por eso, por esa desnudez sin frío, la primavera se hace extranjera. podría ser. yo no voy a discutirte el regodeo de tus palabras en la crueldad que sostiene los surcos de tu pulsión nostálgica. ¿quién soy yo? pero sí permitime que te contradiga en el enfoque. porque yo lo veo justo al revés, ¿sabés?, justo del lado be del prisma. acá el otoño es quizás el cuadro más bonito del mundo. ese que nadie pintó, que nadie le sustrajo a la historia para exhibirlo ante la idiotez efímera del que se abandona a ese rito de pasaje que es la vida. acá el otoño es marea quieta. es no saber qué canción ponerse y ponerte la que más te gusta. una cuchilla sin filo a la que aún le brilla la sangre escondida que alguien se encargó de limpiar, de hacer desaparecer. una piel de oso que vino en un baúl cargado de ridículas historias de pequeñas personas de ridículas tierras que abrigan y calman y apuntalan desde la ternura histórica de su ridiculez. Eliot, para que me entiendas: acá el otoño es la serenidad de haber empezado junto con la certeza de que todavía falta. es el banderín amarillo y negro del mar; dudoso pero metámonos. hay algo de invitación turbia en nuestro otoño, algo de perversión. ya sé, no es como tu primavera porque, ¿ves? lo raro, lo que el otoño todavía esconde no puede ser cruel. es verdad que te mira desde un rincón indescifrable que puede inquietarte un poco pero eso no es crueldad. en todo caso es silencio.
yo no sé si alcanzo a explicarte. quizás tendría que haber escrito un poema versionando el estilo de El sermón del fuego. se me hace que compartiendo un fragmento de tu paleta de colores podría ser más clara, más penetrante. hubiese sido bastante ambicioso de mi parte, un poco descarado. hagamos una cosa: cuando caiga acá la primavera te prometo que lo escribo y te lo mando. creo que sólo podrás entenderme si el intercambio es simétrico, si hay cierta equidad atmosférica. quizás así pueda hablarte más y mejor del corazón ominoso de nuestro otoño, de los amores que te regala, por ejemplo. esos que no podrían suceder en verano porque son más lúgubres y serios; ni en invierno porque no son lo suficientemente abrigados y calientes; o en primavera porque, bueno, ya sabés. son otoñales porque guardan secretos, porque se callan. porque alcanzan un nivel de perversión dulce, acompasado. porque apaciguan el desborde del calor precedente y estimulan las raíces de lo que viene; son más profundos y muy peligrosos. dudosos, como el mar.
en fin, Eliot, no quiero distraerte. entendí que era necesario decirte que estás equivocado, que a veces es interesante que alguien te salpique un poco de perspectivismo. que para la crueldad todavía nos falta, al menos en este lado del espejo. te saludo en la seguridad de que recordaré mi promesa porque concuerdo con lo que alguien dijo una vez: ‘ni Dios puede deshacer lo que ya está hecho’. te guardo alguna hoja que rescate del silencio; ya me dirás algo.
The Waste Land, abril de 2014.
[bajo la inspiración y el abrigo de la Playlist Otoño #1, by Gaby Glazer en su Morocco]